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PODEROSOS MUY CRÉDULOS


Desde emperatrices rusas hasta presidentes de EE UU, muchos son los gobernantes que han buscado la colaboración de astrólogos o adivinos para tomar decisiones.
Joan Quigley, la astróloga del presidente
En la Casa Blanca, la astrología pesó en las resoluciones tomadas por el presidente entre 1980 y 1988, Ronald Reagan. “¿Qué dice Joan?” era la pregunta con la que el mandatario solía interrogar a su esposa Nancy sobre el parecer de Joan Quigley, una astróloga a la que habían conocido en la década de 1960 y que los asesoraba. A ella le consultaban multitud de medidas, como revelaría años después su jefe de gabinete: “Prácticamente todos los grandes movimientos y decisiones que los Reagan tomaron durante mi época como jefe de la Casa Blanca (1985-1987) se acordaron de antemano con una mujer de San Francisco, que elaboró los horóscopos para asegurarse de que los planetas estaban en una alineación favorable”. La esposa del presidente, Nancy Reagan, intentó desmentirlo, pero finalmente la Casa Blanca lo admitió. Quigley titularía sus memorias Mis siete años como astróloga de la Casa Blanca para Nancy y Ronald Reagan. Definió su aportación como un “trabajo técnico” de “astrología política” y explicó que sus predicciones fueron determinantes para establecer fechas y horas de discursos presidenciales, ruedas de prensa e incluso los desplazamientos en el avión presidencial Air Force One. La creencia de los Reagan venía de atrás y a ella se atribuye que, cuando él fue nombrado gobernador de California en 1967, eligiera como hora para comenzar el acto oficial una tan extraña como las 12:10 (en lugar de una hora en punto).
En la misma década que los Reagan, el socialista François Mitterrand, uno de los presidentes más influyentes de la Historia de Francia durante sus dos mandatos (1981-1995), también se informaba sobre el dictado de los astros. Recibió regularmente en el Elíseo a una astróloga, Élizabeth Teissier, quien desveló después de la muerte del presidente en 1996 el contenido de muchos de sus encuentros. Las visitas de la pitonisa comenzaron en 1989, tras su reelección al frente del país. Estas reuniones quedaron documentadas porque ella le pidió poder grabar el contenido de sus encuentros “para mis nietos y quizás para un libro”. En las grabaciones, llama la atención cómo el presidente consulta a la astróloga sobre las fechas más adecuadas para importantes iniciativas. En concreto, le pidió consejo sobre el mejor día para iniciar la intervención militar francesa en la Guerra del Golfo, en 1991, y un año después, la interrogó sobre el día en que debería celebrarse el referéndum de ratificación del Tratado de Maastricht.

Rasputín, místico desde la infancia
Sin necesidad de alejarnos del siglo XX, encontramos el que quizás es el mayor caso conocido de influencia de lo paranormal en la gobernación de un reino, o en este caso de todo un Imperio. Ocurrió en la Rusia del último zar, Nicolás II. Sobre él y sobre su esposa, Alejandra, ejerció un desmesurado poder alguien tan extraño y poco recomendable como Grigori Yefimóvich Rasputín. Este personaje plebeyo, proveniente de una aldea siberiana, había tenido arrebatos místicos desde su infancia y, con el paso del tiempo, se labró fama de hombre santo y sanador de enfermos, primero en Siberia y luego en la corte de San Petersburgo, adonde fue llevado por un confesor de la familia real.
Las damas de la alta sociedad quedaron fascinadas por el alto y misterioso campesino de luengas barbas, con un aspecto entre siniestro y fascinador. A muchas las introdujo en los ritos “flagelantes” que él practicaba, consistentes en cometer grandes pecados en grupo, como orgías, para luego expiarlos mediante un exagerado arrepentimiento y autoflagelación. Su fama llamó la atención de Anna Vyrubova, la mejor amiga de la zarina Alejandra, a través de la cual accedió a los soberanos, que vivían un drama familiar a causa de la hemofilia de su joven hijo, el zarevich Alexei. La zarina Alejandra relacionó los períodos de recuperación de éste con las visitas del “hombre de Dios”, como lo había denominado el propio zar. Cuando se produjo una de las peores crisis de Alexei, tras un accidente de caza que lo puso al borde de la muerte por hemorragia, ella ordenó que se enviara un telegrama a Rasputín para que rezara por él. El santón le contestó que “el pequeño” no moriría. Al cumplirse la profecía, la zarina quiso tener a su lado a este “salvador” y, a partir de entonces, Rasputín se encumbró y llegó a ser el tercer hombre más poderoso de Rusia.

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