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RAY LORIGA (1967), AMOR, DROGA Y DISTOPÍA





Escritor, guionista y director de cine nacido en Madrid. Su verdadero nombre es Jorge Loriga Torrenova.
Rara avis de la literatura española, siempre tildado (más bien disfrazado) por los medios como “una estrella del rock que no canta, sino que escribe”, Ray lleva publicando novelas desde 1992 cuando saltó al estrellato y lanzó Lo peor de todo, en la que su peculiar Lazarillo, Elder, era un joven inconformista –quejica, más bien- y bastante gilipollas, antisocial de pega y vago de remate que acababa contentándose con “la buena vida”. Luego vino Héroes (1993) y toda una generación de lectores que estábamos cansados de que nos dijeran que no teníamos futuro alguno y que sólo nos quedaba servir hamburguesas en MacDonald´s abrazamos cada palabra que había en aquel libro, justificando que escuchar canciones de David Bowie también es vivir. Para rematar un par de años después con Caídos del cielo y terminar de pegar el batacazo en la cabeza a la muchachada con su fábula homicida sobre la fraternidad y la incapacidad de encajar en la sociedad. Por si fuera poco, de esta última firmó su propia versión cinematográfica, La pistola de mi hermano, filme que recibió no pocos vapuleos y que ha quedado relegado al olvido, sólo rescatado por algunos pocos que siguen encontrando en la fuerza de sus imágenes el discurso vacuo de un adolescente pidiendo atención desde el brillante filo de una cuchilla de afeitar.
Ese Ray Loriga adolescente (post adolescente en realidad, estas novelas las firmó entre los 25-30 años) era la voz de la Generación X en nuestro país. Pesimista, por supuesto, pero a la vez aperturista. Que jugaba a ser internacional y no contentarse con lo de aquí. Un puñado de jóvenes artistas de aquella época, por primera vez en la historia de España, podían fantasear con ser internacionales y aspirar a grandes cosas –aunque luego fueran a salir mal, porque para qué negarlo, el optimismo no es su fuerte-, cuestionarlo todo y darle la vuelta a los discursos que empezaban con “cuando yo tenía tu edad…” o “lo que tienes que hacer es…” o “lo importante es que oposites para…”
Ahora, Loriga hace lo que se antoja lógico. Después de 25 años de carrera literaria, diez novelas, varios guiones cinematográficos y muchos escándalos, Loriga vuelve a sorprender a sus fieles fanáticos, que lo han acompañado desde sus inicios. Tras varios años en los que había dado poco de que hablar y un par de novelas que no se incluirán en ninguna lista de excelencias literarias, su décima novela (Rendición) fue galardonada en 2017 con el Premio Alfaguara.
Se pone en la piel de un narrador que ve cómo su mundo se acaba. Cómo todo lo que había conocido se desmantela y desaparece pasto del fuego, el abandono y la destrucción. Todo lo que queda en el mundo fuera de la ciudad transparente de este hombre cuyo nombre nunca se nos dice, es un estercolero. Y, curiosamente, en la ciudad transparente, lo que está abocado a hacer es conducir un tren de mierda en una planta de tratamiento de residuos humanos. Mierdas, eso sí, que no huelen.
Realista y al mismo tiempo apocalíptica, esta novela cuenta la historia de una pareja y un inesperado visitante que deben enfrentarse a un éxodo masivo hacia una ciudad transparente a pedido de las autoridades. En este nuevo hogar no existe lo privado, sino que todo es de dominio público, pues la ciudad tiene todo lo que sus habitantes necesitan y a cambio reclama transparencia total: sin secretos ni paredes.
La voz narrativa del marido nos explicará cómo ese nuevo mundo convierte en obsolescentes a los individuos incapaces de plegarse a una felicidad homogénea, colectiva, desmemoriada.
Con esta metáfora Loriga plantea una de sus críticas más frecuentes: la inmersión que nos provocan las redes sociales, y cómo en este pequeño mundo hiperconectado y en apariencia privado en realidad todo es compartido.
Rendición es una distopía, una novela de ciencia ficción, una parábola de tintes kafkianos y orwellianos, con influencias del mexicano Juan Rulfo.
Y de qué trata la novela, en palabras del propio Loriga: "Trata sobre quiénes somos cuando nos cambian las circunstancias, cuando nos quitan las flores del jardín, cuando los muebles se han ido, cuando las situaciones han cambiado; quiénes somos de verdad, esa es la pregunta que me hago en el libro". No es, afirma, una "metáfora política concreta" sino "una pequeña mirada ante los cambios del mundo y cómo afectan a las personas".
Y así arranca la novela: "Nuestro optimismo no está justificado, no hay señales que nos animen a pensar que algo puede mejorar. Crece solo, nuestro optimismo, como la mala hierba, después de un beso, de una charla, de un buen vino, aunque de eso ya casi no nos queda (...)".
Rendición aborda la muerte, la paternidad, el sindicalismo, la costumbre, la posesión, el engaño, el trabajo, la limpieza, el destino común, el bien común, el drama del agua, el desamor, el fastidio y sobre todo la mierda.
Rendición es una heredera de la filosofía existencialista. Su lectura te da una sensación de vacío. Presenta el inútil bregar de sus personajes condenados de antemano a la soledad de la ciudad transparente. El personaje principal pierde a su mujer, a sus hijos, que la patria envió a la guerra que es todas las guerras, y sus bienes materiales en una lucha irreal y lejana con la que nadie se ha comprometido, como sucede con todas las guerras. La ciudad de cristal es la ratonera perfecta.
Conmueve tanto su lenguaje como su pesimismo. El lenguaje es casi plano, nada efectista, Ray nunca ensucia su texto. Quizá quiere ayudar al lector de tan comprensible y directo. Evita los adjetivos, las enumeraciones. Parece que la haya escrito pegado a la tierra, a los cambios de la naturaleza que también son los cambios en su cuerpo, la infame destrucción que significa cualquier guerra y a veces también cualquier vejez. Muchas de sus frases inspiran por su sabiduría personal pero también por su sapiencia que viene desde el surco.
Se trata de una escritura simbólica y muy actual porque pensar en la guerra es pensar en gente sin Estado, sin patria, que se ahoga y aparece sobre las playas del mundo como los personajes de este relato que mueren por ausencia, por asfixia, por falta de intimidad.
El gran símbolo de Rendición es la ciudad de cristal, alegoría de regímenes totalitarios como el estalinismo o el nazismo, que deshumanizaban a las personas reduciéndolas a un número (horriblemente tatuado en el antebrazo).
Las últimas páginas son las que dan sentido al título, y lo hacen con voluntad de impacto y sentido sacrificial. Es, ciertamente, un estupendo final.
Rendición nos hace pensar en El cuento de la criada de Margaret Atwood, en Ensayo sobre la ceguera de José Saramago, y, también, por supuesto, en 1984 de George Orwell y en El castillo de Kafka.
Los críticos literarios de The New York Times, The Guardian, The Washington Post consideran a Ray un autor fuera de serie, original, convincente, a la altura de Burroughs, Houellebecq, Gibson...

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